domingo, 8 de enero de 2006

La paz ¿utopía o praxis?

Luis-Fernando Valdés

Iniciamos el nuevo año con deseos de paz. Qué entrañables deseos de armonía hemos recibido en las felicitaciones de estos primeros días del 2006. Sin embargo, la dura realidad vuelve a imponerse y, junto a estos anhelos, seguimos recibiendo noticias de violencia en nuestro país. ¿Por qué no viene la paz, si somos tantos millones los que la estamos aguardando?
Esta expectación me recuerda un cuento de García Márquez. El protagonista era un coronel retirado, que cada día acudía a la oficina de correos con la ilusión de recibir una carta, que le diera noticias sobre su pensión. Y pasaron más de diez años. El militar sabía que esa misiva nunca llegaría, porque en realidad no existía tal pensión... pero se aferraba a esa ilusión.
Quizá nos pasa un poco lo mismo con el tema de la paz. Cada nuevo mes de enero, esperamos que se firmen las treguas, que se depongan las armas, que cesen los conflictos ¡por arte de magia!
La concordia no vendrá por el hecho de arrancar la última página del calendario, sino cuando entendamos qué la paz es un valor y un deber de todo ser humano (y no sólo de los diplomáticos). Esta paz no es un mero sentimiento, sino que tiene su fundamento en la orden racional y moral de la sociedad.
En efecto, el hombre fue creado por Dios para vivir en sociedad. Y la comunidad humana se rige por el bien común, que es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible que los grupos y cada uno de sus miembros logren de su propia perfección.
Cuando se respeta y se fomenta este bien común, adviene la paz, que es la búsqueda del respeto y el desarrollo de la vida humana; no es la simple ausencia de guerra o de equilibrio de fuerzas contrarias. Por eso es célebre la definición de San Agustín: la paz es la tranquilidad en el orden.
Quizá no viene la paz, porque la estamos esperando en vez de irla a buscar. Esa deseada concordia no llegará sola, por eso cada uno debemos ser constructores de la paz. La tarea que se nos impone consiste en conservar y fomentar el bien común, ya que ese orden social es la única tierra donde se puede sembrar la semilla de la paz.
Esta encomienda para alcanzar la armonía tiene diversos aspectos. Empecemos por nosotros mismos. Cada uno tiene experiencia de su propia fragilidad, y nota que su voluntad tiende a la discordia, a buscar primero los intereses personales, y a dejar para después las necesidades de los demás. Por eso, el cuidado de la paz reclama de cada persona un constante dominio de sí mismo.
Pero esto no basta. Para cuidar el bien común —condición indispensable de la paz— se requiere asegurar el bien de las personas y que los seres humanos compartan entre ellos sus riquezas de tipo intelectual y espiritual.
De ahí que parte de esta tarea de construir la paz tenga como condición poner al alcance de todos los bienes culturales y también los valores religiosos y morales. Mientras la cultura no sea un bien común, y la religión y la virtud sigan encerradas para unos pocos, no tendremos cimientos para la paz.
No podemos hablar de bien común, mientras no consideremos a los demás como hermanos. Nadie pondrá sus bienes espirituales y materiales a la disposición de otras personas, mientras no las vea como un ser cercano, como a uno de su propia familia. Por eso, la fraternidad es parte central de la misión de construir la concordia. Así, la paz es fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia pueda realizar.
La paz no es una utopía, sino una tarea. La paz no es una mercancía sino el fruto de cultivar el bien común. La paz tiene un precio: la lucha personal para fomentar la concordia, para ser solidarios con los demás. La paz tiene un parámetro: considerar al otro como a un hermano.

Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

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