domingo, 19 de julio de 2009

El factor invisible del progreso

Luis-Fernando Valdés

Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).

Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

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