domingo, 6 de septiembre de 2009

La vida o la fuerza

Luis-Fernando Valdés

El pasado 24 de agosto, el Congreso de Querétaro aprobó por mayoría absoluta la modificación al Artículo n. 2 de la Constitución de ese Estado. Desde entonces en esa entidad federativa se “reconoce, protege y garantiza el derecho a la vida de todo ser humano desde el momento de la fecundación como un bien jurídico tutelado, y se le reputa como nacido para todos los efectos legales correspondientes, hasta la muerte”. Se trata de un verdadero avance democrático y cívico, pero el oleaje de críticas puede impedir que se observe el gran bien para todos que se ha conseguido.
La nueva ley sancionada por los Diputados locales va más allá de simplemente evitar que se aprobara el aborto. En realidad, es un cambio de paradigma cívico, porque esta norma constitucional reconoce que el fundamento de la sociedad del Estado de Querétaro es la vida. Y este nuevo enfoque es una buena propuesta para otros Estados de la República.
El derecho a la vida es la base de todos los demás: a la libertad, a la salud, a la propiedad, etc. Esto garantiza que la base de la convivencia no será la “ley del más fuerte”, ni la del que tenga más dinero, etc. El cimiento es la vida humana. Este enfoque va más de acuerdo con la experiencia humana más primaria: “es bueno estar vivo”, “que gran don es vivir”. ¿Acaso no celebramos con júbilo el cumpleaños? “Feliz cumpleaños” es la manifestación festiva del profundo amor a la vida: “qué bueno que estás vivo”, “dichoso el día en que naciste”.
En cambio, cuando alguien afirma “qué malo es vivir”, suponemos que pasa por una crisis, y nunca pensamos que esa dura situación por la que atraviesa sea el ideal al que debe aspirar la sociedad en su conjunto.
Más impactante es el comentario “ojalá que no existieras”, pues en él la vida del otro se considera como algo malo. De hecho, la ley custodia que nadie pueda quitar la vida de otro ciudadano, aunque éste le sea molesto. Si una sociedad no tutelara este derecho a la vida de modo integral –desde el nacimiento hasta el fallecimiento natural–, en realidad, con esa omisión estaría avalando la “ley del más fuerte”.
En efecto, cuando no se reconoce el derecho a la vida en toda circunstancia, “de facto” se aprueba que las razones de un tercero son más valiosas que la vida misma. Con esa lógica, la consideración de que el nascituro es “inesperado”, “no deseado”, o un “trauma psicológico”, queda por encima de la vida. Entonces, la opinión ajena prevalece sobre la vida propia. ¿No es el mismo motivo que emplea un sicario cuando ejecuta a su víctima? ¿No esto la “ley del más fuerte”?
De modo que la nueva ley estatal tiene un profundo sentido cívico. Seguramente, el nubarrón de opiniones caldeará el ambiente por una temporada. Pero más allá de esto, ahora viene una gran tarea, la de implantar la cultura de la vida.
Este objetivo tiene la belleza de lo que es plenamente humano: amar la vida, celebrarla como un don y como el fundamento en el que se apoya la sociedad. Cada ciudadano, con independencia de su credo religioso y de su filiación política, deberá tener un valor arraigado en su interior: “qué bello es vivir”, “qué bueno es que tú vivas”.
Desafortunadamente, no hay término medio. O cultura de la vida, o cultura del más fuerte. Los miles de ejecutados a lo largo y ancho del País son mudos testigos de que la “ley del más fuerte” está cobrando fuerza, y se ha vuelto imparable. Sólo la custodia de la vida naciente, como fundamento social, podrá revertir los efectos de la guerra del narcotráfico, fruto amargo de la “ley del más fuerte”.

Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

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