domingo, 9 de septiembre de 2012

La última utopía del Papa


Año 8, número 384
Luis-Fernando Valdés

La Santa Sede confirmó que, a pesar de la violencia en Siria, Benedicto XVI llevará a cabo la Visita apostólica a Líbano, del 14 al 16 de septiembre. Ante las reiteradas advertencias del peligro por la tensión militar en la frontera siro-libanesa, el Papa se ha obstinado en realizar el viaje. ¿Por qué tanta insistencia del Pontífice? ¿Qué carta está jugando el Santo Padre?

Anuncio del viaje papal,
en las calles de Beirut.
El Líbano es un país muy especial para la Iglesia católica, pues ahí conviven católicos de diversos ritos, junto a cristianos no unidos a Roma, que además están en armonía con creyentes islámicos. Se trata de un lugar clave para reafirmar que las religiones pueden ser factor de unidad y de paz, a pesar de todas las diferencias.

Como es sabido, la Constitución del 23 de mayo de 1926 y el Pacto nacional de 1943 instauraron una democracia de consenso, en la que el presidente de la República debe ser un cristiano maronita y que comparte el poder ejecutivo con el Consejo de Ministros, presidido por un musulmán de confesión sunní.

El motivo de la Visita papal es la firma de la exhortación apostólica post-sinodal de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, celebrada en el Vaticano del 14 al 24 de octubre de 2010 bajo el tema “La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”.

El reto del Papa es enorme. Por una parte, la guerra siria ha incursionado al norte de Líbano, donde hay enfrentamientos entre las facciones sunitas y alauitas libanesas, estas últimas partidarias del presidente sirio, Bashar al Assad. [Aciprensa, 4.IX.2012]

Por otra, hay un gran número de refugiados provenientes de Siria, que pueden desestabilizar la paz del país. Los datos oficiales de las Naciones Unidas hablan de 55 mil refugiados, aunque esta cifra podría estar entorno a los 150 mil, ya que la mayoría de las nuevas llegadas no se registran. [Aciprensa, 8.IX.2012]

Se trata en su mayoría de sunitas, con porcentajes más pequeños de cristianos y alauitas. Se concentran en el valle de Bekaa y en los distritos del norte de Trípoli y Akkar, encontrando asilo en las escuelas, en edificios abandonados o en campamentos improvisados.

Este viaje pontificio está cargado de significado. Por una parte, responde al esfuerzo de la Iglesia para apoyar a los católicos en una zona donde son una minoría (un 1.6 por ciento de la población del total de los países árabes). Pero también se trata de dar un mensaje al resto del mundo: los cristianos puede convivir con los creyentes de todos los credos y por eso pueden ser sembradores de unidad y de paz entre los pueblos.

El Papa teólogo desea no sólo poner las bases teológicas para que la Iglesia le pueda dar una respuesta válida a la sociedad secularizada de nuestros días, que vive como si Dios no existiera o no se necesitara; Benedicto XVI también desea dejar como legado una experiencia viva de que la religión es una pieza clave para construir un mundo unido y solidario.

El Papa Ratzinger pretende llevar a cabo una gran osadía: quiere disipar la sombra de las “guerras de religión”, y proponer que la fe religiosa sea el factor que lleve a la paz mundial. Seguramente no le otorgaran el Nobel de la Paz, pero el Papa no busca un premio sino un futuro pacífico que todos anhelan, y que muchos consideran imposible.

Benedicto se nos muestra así como un Pastor que busca pasar de las utopías a la realidad. Por eso, el esfuerzo del Pontífice por establecer medios concretos que traigan la paz lo convierten en un verdadero líder moral.

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