sábado, 8 de abril de 2017

La delgada línea roja del suicidio asistido

Año 13, número 622
Luis-Fernando Valdés

Un paciente español de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) grabó su suicidio, para reclamar la legalización de la eutanasia. ¿Cuál es la diferencia entre el derecho a una muerte digna y el suicidio asistido?

"Muerte digna": dar sentido al sufrimiento y acompañar al
enfermo crónico o al terminal, pero no adelantar su muerte.
(Foto: elespectador.com)
1. El caso de José Antonio Arrabal. Este ciudadano español, de 58 años, casado y padre de dos hijos, en agosto de 2015 fue diagnosticado de ELA, enfermedad de las neuronas, el tronco cerebral y la médula espinal que controlan el movimiento de los músculos voluntarios.
Este padecimiento consiste en que las células nerviosas motoras se desgastan o mueren y ya no pueden enviar mensajes a los músculos. Con el tiempo, esto lleva a debilitamiento muscular, espasmos e incapacidad para mover los brazos, las piernas y el cuerpo, que van empeorando lentamente. (MedlinePlus)
El Sr. Arrabal mismo explicaba su sufrimiento: “Ya no puedo ni levantarme de la cama ni acostarme, no puedo darme ni la vuelta. No puedo vestirme, desnudarme. No puedo limpiarme. No puedo comer ya solo. Cuando te diagnostican la ELA, te dan la sentencia de muerte tal cual.” (El Mundo, 4 abr. 2017)

2. ¿Qué es una muerte digna? Don José Antonio se quitó la vida, el pasado 2 de abril, en su casa de Alcobendas (Madrid). Cuando su familia lo dejó solo, ingirió una mezcla letal de fármacos que adquirió por internet, según cuenta el diario El País.
El Sr. Arrabal se quejó de la que ley española prohibiera el suicidio asistido: “Me parece indignante que en este país no esté legalizado el suicidio asistido y la eutanasia. Me parece indignante que una persona tenga que morir sola y en la clandestinidad.”
Aquí surge el primer equívoco. Por “muerte digna” no se debe entender la facilitación de una muerte sin dolor, para ahorrarle sufrimientos al paciente. Aquí se trata, más bien, de todo el proceso de atención al enfermo de ELA, que incluye darle auxilios farmacológicos, psicológicos, afectivos y espirituales, durante el proceso degenerativo (breve o largo); y, llegado el momento, no prolongar su agonía, sino ayudarlo con tratamientos contra el dolor, hasta que llegué la muerte natural.

3. La clave: encontrar sentido al sufrimiento. Hace apenas un mes, Lucas de la Cal, periodista de El Mundo, realizó una entrevista a don José Antonio y a Javier Rojas Alonso, madrileño de 44 años, que también padece ELA.
Una misma enfermedad, pero dos modos de enfrentarla. Aquél anunciaba que se quitaría la vida, éste se aferra a vivir. Javier, que el próximo verano será abuelo, decía: “Hay que echarle valor. Por lo menos yo intentaré luchar hasta el último aliento por mi mujer y mis hijos. Nunca hay que tirar la toalla”.
Javier le decía a José Antonio que respetaba su opinión, pero “creo que nos haces mucho daño a todos los que tenemos esperanzas”; y no sólo él sino a “todas las personas que han luchado hasta el final con esta enfermedad”.
Un punto importante de la atención a los pacientes de enfermedades degenerativas consiste en encontrar un razones para vivir; motivos que siempre están en el espíritu humano, y que se suelen manifestarse cuando al paciente se le da apoyo tanto clínico como afectivo y psicológico.

Don José Antonio no es un mero “caso clínico” para la bioética. Ante todo es un ser humano, y su muerte debe tomarse con respeto hacia él y a su familia. Pero no compartimos en absoluto que el suicidio asistido sea la vía para evitar el dolor de una larga agonía. Hace falta una cultura nueva en la que sea posible darle sentido al sufrimiento.


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